miércoles, 20 de junio de 2012

La leyenda del ladrón, Juan Gómez Jurado

Creo que ha llegado el momento de que escriba esto. Voy a hablar in extensis del libro del título de la entrada, y voy a suponer que lo has leído ya que voy a desvelar bastante cosas de la trama del mismo. No me gustaría hacerlo, ya que lo que más odio es repetir lo que otros, como Barceló en las introducciones de Ediciones B, hace. Pero hay veces que no se puede evitar.

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Estoy leyendo por ahí una serie de críticas increíblemente positivas sobre la novela, positivas hasta un grado sospechoso porque yo también la he leído (de hecho el mismo día que salió en edición electrónica) y ciertamente no es para tanto. Ni mucho menos.

Quizás la decepción vino de esperar mucho del autor, ya que su anterior novela sí que fue todo un bombazo con una enorme serie de aciertos de todo tipo. Claro está, no estamos hablando de libros sesudos, ni de en busca de tiempos perdidos proustianos (que por cierto me pareció un truño de mucho cuidado, cincuenta páginas para describir cómo se dobla una esquina), sino de novelas más o menos aventureras y con cierto grado de desarrollo argumental y tensión narrativa sin más pretensión que la de epatar,  entretener y poco más.

La leyenda es más de lo mismo. A eso no hay crítica posible. Como el propio autor ya dijo, él no es un Joyce ni pretende serlo. Y menos mal, oiga, que truños ya hay muchos en papel. Lo que sí que quiso construir es la novela del siglo, o al menos la del año.

Pues no, no lo es. No sin toda la parafernalia mediática que rodea al libro. No sin tanta alabanza descerebrada y sin mucho sentido, twitts aparte. Toda la parte de promoción mediática comienza a ser ya un poco vomitiva, como si nos quisieran meter la novela con calzador. Demasiados eventos, demasiado bombo y platillo para algo que debería venderse solo tal y como se vendieron sus anteriores obras.

Pero lo cierto es que, sin tal parafernalia, no creo que ésta llegara a tener dicho nivel de éxito. Más bien todo lo contrario. Me explico.

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La novela es larga. Casi setecientas páginas de pura aventura. Eso no podemos negarlo. Aventura hay por un tubo, desde el principio hasta el final. Lo que no me cuadra es el intento de otra vuelta de tuerca final, en la que Sancho tiene que robar en uno de los lugares más inviolable de las Españas de la época. Y lo hace en unas pocas páginas, sin pena ni gloria, aprovechando algo que, si originalmente estuvo allí, seguro que hubiera sido explotado por ladrones de verdad en su época. Tengamos en cuenta que, si bien igual que ahora, los gobernantes eran unos corruptos, no eran tontos ni de lejos.

Esta parte final, como aventura en sí, no está mal. Lo que ocurre es que queda como un pegote sin más, como un alargamiento artificial que pretende repetir, ya he dicho que sin éxito, lo que sí que consiguió en El emblema del traidor. Mientras que en esta última la cosa está bien pergeñada, en La leyenda queda un poco metido con calzador.

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No obstante, el mayor problema de la obra no es ese, sino más bien la época en la que se lleva a cabo la acción. La España del Siglo de Oro, época manida y usada hasta el hastío por cientos y cientos de novelistas, aprovechando el tirón de la picaresca, el poderío militar y las recién descubiertas Indias. Tiempos tan interesantes de vivir que ya los propios autores coetáneos aprovecharon para narrarnos infinitas aventuras de pillastres, exploradores, ladrones, militares (no miro a nadie, ni menos al del ala triste) y demás yerbas vivientes. 

Igual que miles de escritores aprovechan la época egipcia para inventar novelas sobre reyes y ministros, otros lo hacen con nuestro siglo que bien podríamos haber llamado dorado en lugar de Oro.

Y ese el el problema. Que ya hay mucho escrito, y por tanto La leyenda es una obra más, que pasa sin pena ni gloria ya que, excepto la escena ya comentada del final, nada es original. El pillastre recogido en un convento que, por un quítame allá esas pajas, la arma bien gorda. El que le da un palizón a su jefe porque lo explota. El que huye de la justicia y se hace ladrón. Tantas y tantas historias contadas y recontadas casi de la misma forma.

El rito iniciático de crecimiento interior que, sin ser malo per sé, en este caso no es más que la enésima repetición del maestro que hace evolucionar al alumno, maestro que tiene un inconfesable secreto que termina desvelándose y que, quieras que no, afecta al personaje central de alguna forma.

¿Os suena todo eso? Pues es lo que pasa en la novela. Tenemos que añadir alguna cosa más, como la existencia de Monipodio como el señor de los ladrones, que cobra un estipendio por cada robo y por cada fechoría cometida en Sevilla. ¿A que os sigue sonando mucho?

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Vale. ¿No habrá querido el autor homenajear ciertas insignes obras de nuestro acervo literario? Sinceramente, si ha sido así, lo siento, porque no lo veo. Cierto es que hacer esto es algo muy peligroso, porque o bien pecamos de serviles y nos queda una mera copia o reescritura, o por otra nos alejamos tanto que apenas se nota.

Y creo que este es el caso que nos ocupa, lo que me lleva a mencionar otras cosas relacionadas. En la novela aparecen Shakespeare y Cervantes. El primero en su época de los años oscuros en los que no se sabe dónde estuvo ni qué hizo. Según Gómez-Jurado, se vino a España.

Cervantes aparece como recaudador de impuestos, ya manco e iniciando sus pinitos como escritor, pero sin haber conseguido los laureles que posteriormente tuvo. Debemos añadir que el nombre del protagonista de la novela es Sancho.

Hasta aquí nada que objetar. El problema viene cuando todo eso se junta, los dos insignes se conocen y conocen a Sancho. Está tan mal hecho que produce cierto sarpullido. Para resumir: es La leyenda del ladrón y las peripecias de su pillastre central los que, en última instancia, iluminan algunas obras de Shakespeare y El Quijote de Cervantes.

Ojo, repito que no hay nada malo en ello. Lo que ocurre es que la maestra del autor es bastante escasa en dichas lides, y la cosa queda bastante pobre y traída por los pelos. Leed esas escenas con ojo crítico y veréis que estoy en lo cierto.

El autor también ha nombrado por ahí su intención de crear ciertos paralelismos con la actualidad. Estamos ante el mismo tipo de fracaso. Yo no me di cuenta hasta que lo leí de boca del propio Juan, pero lo cierto es que, aparte del paralelismo de ambas épocas, que es extrínseco al libro, ninguna otra cosa nos hace fijarnos en ello.

El malo de la novela es malísimo, pero no tiene que ver nada con ninguno de la actualidad si no es en ese punto de avaricia, corrupción y afán de lucro que ha embargado a nuestros politicastros actuales, apoyados por una banca todavía más avariciosa y corrupta. Creo que es la única semejanza con la actualidad.

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Hace falta mucha más maestría para meterse en estos berenjenales y salir victorioso. Personalmente creo que a Gómez-Jurado le hace falta escribir por lo menos diez novelas más para encontrarse capacitado y con la experiencia suficiente como para embarcarse en una aventura como esta.

Con esto no quiero decir que la novela sea mala o esté mal escrita, pero sí que no es lo que pretenden que sea. Como mera obra de evasión y aventuras está genial, pero sólo eso. Y para más inri, hoy mismo estrena Matilde Asensi su nuevo libro que, ¡oh destino!, se lleva a cabo en el Siglo de Oro.

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